Trabajando estos días en casa, procurando cumplir con la cuarentena y en medio de la avalancha de noticias, memes, datos estadísticos acerca del coronavirus me surge una pregunta que con cierta frecuencia aparece también en los momentos de mayor dolor, incertidumbre o sufrimiento, más aún al ver las noticias actuales.
Me pregunto ¿Por qué Dios, permite todo esto? (claro, implícitamente como si Él fuera el culpable jeje), es decir, ¿Por qué tanto dolor, sufrimiento en este tiempo? Ya tenemos suficiente con los males cotidianos.
Surgen al mismo tiempo otras reflexiones e inquietudes al constatar algunas paradojas que se vienen dando: en los tiempos de mayor avance científico y que exploramos vida en otros planetas, somos confinados en nuestras casas por un conjunto de micropartículas, en un época en la cual se pretende redefinir en aras de la libertad valores esenciales como el género, la maternidad y la paternidad, el valor de la vida de los ancianos y los niños por nacer, esta epidemia nos recuerda que la familia tal como Dios la ha pensado es el primer y más importante bastión de la sociedad, pues ella es Imagen de sí mismo -comunión de amor-, es lugar de amor, de perdón, donde los hombres aprendemos a convivir, es escuela, asilo, allí donde la persona aprende a vivir el encuentro, la comunión y si se extravía, en la familia misma suele hallar el amor incondicional para volver al buen camino.
Qué paradoja también percibir a veces la soledad, en medio de tantas redes sociales “llenas de amigos” y seguidores. O darse cuenta que ni con todo el dinero, la fama o el poder por los que a veces nos desgastamos y que el mundo nos “impone” como modelo de vida y por los cuales a veces dejamos de atender la misma familia e incluso nuestra misma relación con Dios, nos pueden dar la libertad, ni la felicidad y el disfrute auténtico que nace de percibir y gozar lo genuinamente bueno, lo amado en nuestra vida: ver a un hijo correr en el sol, la sonrisa de tu hija jugando tranquila, ver a los ancianos conversando, la alegría de ir almorzar tranquilo a la casa de tus padres y amigos, disfrutar del atardecer en el mar o en una piscina, sentir una abrazo, una sonrisa sincera, un saludo amable, un apretón de manos firme, ir de compras tranquilos o poder entrar a una capilla para agradecer y escuchar.
En fin, tantas otras cosas donde queda evidenciado la gran paradoja de la felicidad: que esta se encuentra allí, tan cerca y tan lejos, a nuestro alrededor, en lo que ya tenemos, en los rostros concretos y no en las cosas, reside en la bendición que Dios nos da día a día de poder vivir y percibir todo lo bueno recibido como don, como regalo, incluso en los problemas y dificultades, pues siempre nos concede su gracia – si la queremos- para sobrellevarlas con Él.
Se encuentra allí en las cosas pequeñas, sencillas y cotidianas como en la bendición de tener una familia, más aún ser familia, y me refiero con esto al núcleo fundamental, pero también a la familia en la Fe como es la Iglesia, a la familia que surge por pertenecer en este caso a un mismo colegio donde nos podemos dar una mano, aconsejar, apoyar. Tras estas reflexiones vuelvo a la pregunta inicial ¿por qué Dios permite todo esto?
Quizá no haya una respuesta única, convincente para todos, pero Él nos invita a preguntarle en la oración cotidiana. Hagámoslo, es bueno. Sin embargo, una atisbo de luz para responder lo encuentro en estas mismas paradojas, pues es necesario a veces recogerse para encontrarse, perder un poco para valorar lo que se tiene, compartir para recibir más, hacer silencio en medio de tanta bulla para escucharse y escuchar a Dios y a los que amamos, detenerse para reencausar el camino de la vida, morir al egoísmo para vivir en la lógica del amor, donde el dolor, el sufrimiento es a veces ese medio por el cual Dios habla, grita, para que veamos lo realmente valioso de la vida, recordemos que Lo necesitamos y nos necesitamos unos a otros, porque justamente somos familia, somos su familia.
ALGUNAS IDEAS:
- ¿Qué cosas nuevas han aprendido como familia en este tiempo de cuarentena?
- Un reto juntos: cada uno haga una lista de gestos, virtudes o capacidades que más admiras de los otros miembros de tu familia en este tiempo y luego con alegría compartirla entre sí.
- En los almuerzos o cenas de este tiempo, además de bendecir los alimentos y compartir juntos, agradecer explícitamente a Dios el poder estar juntos y pedir por los que más sufren.
Juan Pablo Marulanda
Tutor de High School Colegio San Pedro