Correo al cielo para Xime

Querida Xime:

Este domingo desperté, revisé mi celular y me encontré con una noticia que me dejó helado un buen rato. Poco a poco, pude empezar a pensar y sentir algo. Me acordé de ti, de nuestra última conversación hace unas semanas (¡se te notaba tan bien!), de tu familia, de tu esposo, de tus muchos amigos y de nuestro colegio. Reparé, de pronto, en la difícil situación que venimos atravesando y en lo difícil que sería todo ahora y, como hacía cada vez que se presentaba un problema grande, me nació automáticamente llamarte o escribirte para pedirte un despacho de urgencia y poder decirte: “Xime, ¿qué tal?, atiéndeme cuando puedas, por favor, estamos en un gran problema: te has ido”.

Inmediatamente, quizá por costumbre, nació por dentro y con tu voz la misma respuesta serena que tantas veces me diste: “Ok, pero calma, con tranquilidad”. Esa frase, que me llegó como un grato recuerdo, expresa claramente esa actitud que vi crecer en ti desde que comenzaste a luchar contra tu enfermedad. Podría parecer “descomplicada”, pero yo la llamaría “sabia”. Sí. Tu dolor te fue anclando cada vez más en lo verdaderamente importante de nuestras vidas, en lo que no se pasa, en aquello esencial que tantas veces olvidamos. Al fin y al cabo, ¿qué es lo importante?, parecías invitar a pensar con tus palabras.

Noté esa actitud claramente, por ejemplo, cuando te expuse un problema de mi área que me agobiaba y, luego de escucharme, me diste una respuesta muy aleja- da de las directrices prácticas que esperaba: “Ok, pero que no te quite la paz”. También la vi cuando en el Open House del 2019 decidiste, audazmente, no hablar a los papás de compras, construcciones, diplomas o viajes del colegio, sino de nuestra fragilidad humana. Nos mostraste una cerámica rota cuyas fracturas habían sido reparadas con resina de oro, según la técnica japonesa del Kintsugi, para enseñarnos que podemos brillar a través de nuestras heridas, fracturas, fracasos y debilidades. Luego, mandaste a poner esa cerámica en recepción para que todos puedan verla y reflexionar. Xime, a partir de hoy tú eres esa cerámica expuesta que enseña a toda la comunidad. Tu manera de sobrellevar tu fragilidad y seguir sirviendo hasta el último día de tu vida con amor y alegría te permite ahora brillar ante todos a través de esta ruptura experimentada y dejarnos para siempre un testimonio de oro.

Recuerdo, también, que en unas vacaciones me llamaste para que vaya al colegio. La reunión era de trabajo, pero le cambiaste el rumbo y terminó siendo nuestra mejor conversación. Nunca la olvidaré. Me abriste el corazón como a un amigo. Compartiéndome tu proceso de aceptación de la enfermedad me contaste que, luego de un periodo natural de incomprensión y rechazo, hiciste un pequeño altar en tu habitación y sola ante Dios aceptaste lo que Él dispusiera (y le pediste con confianza que te diera una determinada cantidad de años porque sentías que tenías todavía muchas cosas para dar). Estoy seguro que Dios escuchó tu petición y, aunque no fue como tú pedías, te permitió cumplir con tu deseo más profundo que se escondía detrás: poder darlo todo hasta el final.

Él te ha recogido justo en la víspera de tu fiesta: el día del maestro. A partir de ahora, esa celebración será para todos inseparable de tu recuerdo. Cuando toque conmemorar el ideal de esa hermosa y noble vocación, aparecerá tu imagen entre nosotros como la maestra ejemplar que pasó entre nosotros enseñando con su vida y con su muerte.

Todos dicen que dejarás un vacío entre nosotros, y es cierto, pero también creo firmemente que ahora tu presencia se transforma, crece y lo seguirá haciendo. Antes estábamos distanciados. Ahora estás con Dios y basta rezar para comuni- carnos. ¡Estamos más cerca! La semilla que muere da mucho fruto, nos enseñó Jesús, cuyo rostro estás contemplando. Desde Él verás que el testimonio de tu vida es una semilla sembrada en nuestros corazones y que los frutos crecerán como un árbol hermoso sembrado en el jardín principal de Villa Caritas, aquel que mirabas a través de las ventanas de tu oficina soñando feliz lo mejor para todas tus alum- nas.

¡Caritas omnia vincit!
Hasta siempre, Directora. Gracias
por tu vida, Maestra. Reza muchísimo por nosotros.

Tu agradecido compañero de trabajo.

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